En el día rompía corazones.
Rojos, azules, violetas, grandes, chicos, medianos, despeinados, nostálgicos, desvencijados. No le importaba la historia, sólo deseaba romperlos para tomar un pedazo, coleccionarlo y guardarlo en una pequeña caja de madera que escondía detrás de unas cuantas empolvadas novelas románticas.
El día que rompió el último corazón fue domingo. Después de unas cuantas lágrimas, palabras absurdas, abrazos distanciados y sentimientos no despertados, se fue a casa, no sin antes quitarle un pedazo a ese corazón deshecho.
Llegó a su departamento del quinto piso de aquel edifico claro oscuro del Centro de la Ciudad de México. Sacó la cajita de madera, acercó una silla a su escritorio, abrió la caja y colocó celosamente su última adquisición.
Después de un tiempo de admirar esos pedazos masaamorficos, abrió un cajón de su roído escritorio, del cual sacó una hoja blanca y un lapiz recién afilado. Despacio se levanto de la silla, caminó frente al gran espejo que tenía cerca de su cama y con la precisión de un cirujano colocó la hoja 5 centimetros a la izquierda sobre su pecho y empezó a trazar unas líneas.
Una vez terminado, volvió a la silla y pusó la hoja sobre el escritorio. Por la ventana, entraba la tenue luz de la luna de media noche que iluminaba esos pedacitos azules, violetas, rojos que se encontraban aún en la caja de madera. De repente tomó la caja y dejó caer lentamente su contenido sobre la hoja de papel, y comenzó.
No le fue fácil ordenar cada pequeño pedazo sobre aquel dibujo en forma de su corazón; le llevó toda la noche. Sin embargo, cuando terminó de colocar la última pieza, se dio cuenta que aún le faltaba un pedacito. Un pedacito que ahora, pensó, seguramente no encontraría nunca más porque debía de estar guardado en otra cajita de madera, oculta detrás de algunas empolvadas novelas de amor, de aquella coleccionista que hace más de 10 años le había roto su corazón.
Escritor Jorge Luis Salas Cruz
Ilustraciones Diana Nieto

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