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En un desierto mundo

Actualizado: 21 ene 2024

Aquí la tierra fecunda, ni uvas ni oro me ofrece, y no su abundancia se hiere, con tajos de ella, que me extiende, porque el que nada tiene, eso mismo regala; responden sierras escasas al grito y auxilio que pide la boca de mi estomago vacío, con otras voces vacías, ecos del sufrimiento, reflejos del hambre ardiente; como no hay pájaros ni aviones, la mano del cielo se pudre esperando que la tome la libertad del vuelo; en la superficie de un lago se duplica el silencio del cielo, y porque ve en sus aguas, pintadas a las cuerdas rotas del arpa, se obliga a llorar sus penas, con más grande silencio y más calmo remanso, haciendo del viento que riza a mi cabello, por más suave más triste lamento, y por más claro su lienzo azul, más oscura a su existencia; la soledad aquí es tan grande, que compuesta por la ausencia de ciervos, tigres y humanos, ensombrece al velo con el que el cielo cubría de esperanza al mundo; mientras mis pies, a penas entre las grietas del páramo, se hunden, ya está mi razón absorta en sus tinieblas, y aún si me acuesto en la costa, se roban a mi juicio las olas, pues toda agua es sequía faltando el manantial de los ojos que amo, y aún los que odio; se escucha a la desolación dando pasos de coyote; a mi alrededor se teje un abismo de ciudades construidas con el frio que corroe a mi vida; oigo como a un sol que apuñala, o como a una tierna hoja verde, que se toca como si fuera la muerte, a una multitud que no está sobre la tierra, sino como sombra de mi tristeza; mi vida la va evaporando la llama de la tierra desierta; cada vez se asemeja más este mundo a mi desgarrada vida, porque no son diferentes sus cavernas a la dicha que me falta; el germen bello, en mis pensamientos, que aparece como el universo, no tarda en caer muerto, careciendo así como el mundo, de destellos en la punta de los cielos, de palabras que lluevan en mi cabeza, de ríos de un intimo auditorio, que se sienten a mi lado; cada nuevo horizonte descubierto es un callejón alumbrado por la desesperanza; aunque hable para el rincón en mi cabeza, y susurre lo más quedo que pueda, no por eso callo al hueco tono de mis pensamientos; mi voz en este mundo, al salir de mi mente, o de mi boca, de su sonido se seca, y cae convertida en arena; veo a mi gozo pasado, cadavérico y lejano, aunque en ocasiones las tormentas me ponen de frente el cráneo; y si acaso encuentro algún lago, él es de mi clara muerte, y ésta sed que me hunde en el desierto, clama por beber de ellos; mi sombra cada vez está de mí más cerca, la noche dura cada vez más tiempo, y mi vida cada vez menos; todo tiene la textura del sueño de la muerte, y temo que mi vida se acabe cuando despierte, veo a lo que viví, desde mi tumba, y a lo que vivo lo veo enterrado al lado mío, todos se fueron a navegar de estrella a estrella.


José Emilio Rivas Balderas

Ilustración Diana Nieto



Mujer y pensamiento

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