Por DIANA FORTE
Responsable del área de comunicación y escritora Palabra que dormía
A la poesía de Rispa Zaldivar se entra para asistir a la vida y comprenderla. Con una conciencia social y visión amplia de nuestro mundo, la autora nos arrastra a prestar atención a lugares y momentos tanto personales como socialmente históricos. Sus versos, marcados por las pausas, rescatan destellos precisos de la vida y sus instantes, en los que sin duda hallamos un reflejo íntimo de nosotros mismos. Como si se tratase de un pequeño cuento cautivador, cada inicio de poema junto con sus títulos, da paso al desarrollo de una historia repleta de texturas, olores e invocación a volver una y otra vez sobre su lectura. Un diario de entendimiento y perspectiva diversa para el que quiera ser sorprendido.
En esta entrevista de diciembre, Rispa Zaldivar nos cuenta cómo comenzó a escribir poesía, sus influencias literarias y cuál es su proceso creativo.
¿Cómo empezaste a escribir poesía, Rispa?
Empecé a escribir poemas desde niña, casi como un juego, tratando de imitar a Gloria Fuertes, quien siempre ha sido una de mis autoras favoritas. A medida que crecí, especialmente durante la adolescencia, mis versos fueron tomando un cariz más social, y de vez en cuando me animaba a publicarlos en el periódico del instituto. He seguido escribiendo desde entonces, aunque de forma intermitente, a veces muy desordenada y caótica. Tal vez sea así como suele fluir la poesía.
¿Qué autores son los que más han influido en tu obra?
Es difícil señalar cuáles son los autores que más me han influido, aunque estoy convencida de que todo lo que leemos acaba dejándonos huella. En mi caso, siempre he sentido una especial afinidad por la Generación del 27, particularmente por Luis Cernuda. Entre mis grandes referentes incluiría también a poetas como Gloria Fuertes, Mario Benedetti, Ángel González, Pablo Neruda, Silvia Plath o Gabriela Mistral.
¿Nos podrías hablar de tu proceso creativo? ¿Cómo nacen tus poemas?
No sigo un proceso fijo, cada poema surge de manera distinta. La necesidad de escribir suele despertarse con algún estímulo sensorial (una imagen, una música, un aroma), que provoca una palabra o una frase desde la que empiezo a deshilvanar el poema. A veces tengo la sensación de que no es mío, que siempre ha estado ahí, esperando a ser descubierto, como un tesoro oculto que solo hubiera que desenterrar…
Azoteas
Doscientos escalones para tocar el cielo,
flotando como ingrávida gaviota
que anhela, que teme al mismo tiempo,
bautizarse de sal, bailar sobre las olas,
que en Madrid son tejados, cornisas, canalones;
son cuerdas de tender y son campanas.
La ciudad es distinta en las alturas.
Deben serlo también mis propios ojos
cuando tú has renunciado a los gorriones,
al vuelo de los mirlos y de los carboneros,
para rozar la luz de mis pestañas
como leyendo en braille,
para olvidar el nombre de la yedra,
dando un salto al vacío en la corriente
del iris donde habita tu reflejo.
Deshielo
Catorce bajo cero.
Siento temblar mi mano entre las tuyas.
Siento un dolor profundo, que viene de la tierra
y se agarra a mis pies desprevenidos.
Siento que caigo, y caigo.
Miro al suelo, esquivo las raíces de los sueños
que vuelven a nacer en Sarajevo.
Procuro no pisarlas, las raíces.
Es preciso que broten, silenciosas.
Y que, un día, los hijos de los hijos
de los que ya no están,
de los siguen estando, pese a todo,
tiñan de verde el quicio de las puertas,
el sueño de soñar en Sarajevo.
Catorce bajo cero.
Siento temblar tu mano entre las mías.
¿Tienes frío? ―pregunto.
Ojalá... ―me contestas.
Perseidas
La sangre del mosquito, como un sello
sobre la página 63 de las Montañas Blancas.
La sangre del mosquito, quizás mi propia sangre,
envenenada bajo el volcán abrupto de la picadura.
Pellizco el cráter, la textura pringosa del Fenergán en crema,
y su olor se confunde con un efluvio añejo de vinagre,
aún empapando mi espalda efervescente.
Sigue la discusión al otro lado del tabique
y, tras el consabido santo y seña:
¡malditas vacaciones! ―me asomo a la ventana.
La luna tiene costras, igual que mis rodillas,
su piel se despelleja a latigazos de fuegos de colores.
Por fin me acuesto, sudando agosto a chorros,
pero alguien me levanta para ver las Perseidas.
«Pide un deseo», dicen mientras la noche enferma,
vomita su rosario de piedras luminosas.
«Pide un deseo», insisten.
Y yo cierro los ojos, cabizbaja...
¿Quién pediría a la fugaz estela de un cometa
que se acabe el verano?
Rispa Zaldivar

Rispa Zaldivar. Criada entre las páginas de la enorme biblioteca familiar, nieta e hija de docentes de literatura, los libros siempre han sido compañeros inseparables en mi vida. Desde la infancia, la poesía ha sido mi refugio y medio de expresión más íntimo, con el que explorar las profundidades del lenguaje, la emoción y el poder transformador de las palabras. Sin embargo, nunca me había planteado difundir mis poemas hasta que, hace seis meses, decidí abrir el post de Poesía Nómada en Instagram.
Soy licenciada en Derecho, especializada en cooperación internacional, ayuda humanitaria, migraciones y minorías étnicas. En este ámbito, llevo trabajando más de veinte años para distintas Organizaciones No Gubernamentales, gestionando proyectos en países como Bosnia y Herzegovina, Tanzania, Ruanda, Burundi, Mozambique y España.
Madre de tres hijos, mi experiencia personal y profesional me ha brindado una perspectiva única de carácter multifacético, y me ha permitido cultivar una voz propia con la que conmover, inspirar y generar conciencia a través de la poesía.
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