Taller de perfumería
De nota de salida
siete gotas de flor de azahar,
como esas noches en Málaga
que dejaron un dulce amargo
asegurado con dos gotas de Cassis.
Para darle cuerpo,
veinticinco gotas de aceite esencial de rosa,
tan parecido a la felicidad,
que, para destilar cinco mililitros de elixir,
se necesitan más de diez mil flores recién cortadas.
De nota de fondo,
dieciocho gotas de almizcle,
que distinguí como la esencia de tu piel.
¿Sabías que hace unos años,
casi extinguimos al ciervo almizclero,
para arrancarle un olor similar al tuyo?
Y yo que casi te extingo de mi vida,
por eso,
además, agregué ocho gotas de clavo:
para anestesiarme el recuerdo,
y siete gotas de cedro
para desinflamarme la culpa.
Sobre mar
Esta lágrima indecisa entre traer alegría o dar tristeza está impaciente y no espera que
venga la noche a cosechar pasiones. Yo no revuelvo el azúcar en el café y camino sobre
un tiempo cuyo final siempre se aleja, para hablar con la noche de centellas que se
sienten meterse debajo de la piel. Mi traidor ensueño ataca a mi hastío mientras duerme
y vacaciona bajo un sol primaveral. Antes de que cantara la lechuza y saliera la luna
disparada, hice trampa y me adelanté para llegar primero al borde de una felicidad que
solo entre mar y yo entendemos. Antes que la noche llegara a tender sobre el cielo las
auroras, desesperado y afortunado, pude ver la tímida luz verde, aun cuando el día
hostigaba con sus llamas. Llevo la noche entre los labios como lleva el soldado su
cuchillo y así nado a escondidas, entre la luz chismosa en la que no pueden decirse los
secretos. No hace falta que la rosa roja toque mi pecho para sentirme dulce y
perfumado. Mientras me acosa el despertador y toca a mi boca mi trabajo, la noche se
abre paso como un dios que me acompaña ahora. Va quemando esta amistad, los troncos
huecos y ver que la ceniza de la soledad que callo para no hacerla real al pronunciarla,
me inspira igual que su nombre: el horizonte del mar que promete un paraíso. Mar es
gigante, su nombre describe precisamente cómo rebasan sus ganas de vivir, la frontera
que impone el ojo ajeno. Disciplinado, enfrento la peste; no acepto la decadente
putrefacción del noble rostro del perro al que quise y le di amor manifestando que no
bastan caricias que cualquiera da sobre su lomo, sino prestar la vida al peligro de
introducirse en la selva en busca del alimento que ha de darle credibilidad a mi cariño
para patentar mi aprecio. No ignoro el husmo ni los restos que deja del cachorro la
inmundicia hambrienta como el burgués obeso que despilfarra en canteras la única vida
que llevamos. Le doy mi mano a los cadáveres helados de quienes, en el pasado,
ardieron los anhelos. Mientras avanzo, alejo de mí a los caídos y es que, a su muerte, no
la puedo llevar sobre los hombros. Con la espalda abierta por los latigazos del recio
pensamiento, castigo la injusticia, aunque nadie recupere lo perdido. De todo este
banquete que disfruta la mosca y el gusano, me emancipa el modo en que mar ha
acomodado pensamientos y emociones, como si de un arte se tratara. Deslizo mi mano
sobre el mundo y no hallo más que palabras planas, vidas sacrificadas para pagar una
ambición que no vale nada, elogios al que ha dilapidado letras que no brillan, pero le
hablan a la soledad de ser pocos los que sentimos y estamos inmersos en un universo
indiferente, pero al pasar mis dedos sobre el instante que se le extravía en mis torpes
pasos por aspiraciones frustradas, siento nervios en mis lágrimas, y en ellos, siento más
que la inmensidad infiltrándose en el océano. He navegado cielos sin fin, de azules
perfectos, palomas blancas y nubes impecables. Aun habiendo rendido mi lengua sobre
océanos ideales y al primer escalón de la vida que ha edificado, entiendo que no he
navegado ninguna inmensidad. Ya no le extiendo la mano leprosa y seca a la fortuna.
No espero nada del mañana, opero sin toser ni asomar humo negro de la boca. No voy
tanteando en la carroña algún rastrojo de carne en buen estado, pues tengo hambre, pero
sé que nada ha de saciarme. Así pues, mi estómago colapsa en un vacío; sin agua,
recorro las dunas de mi inhóspita existencia. Y entonces, ella sació el hambre que
ignoraba, aunque se asomaba entre mis huesos. Cínico y despiadado, descubro la
plenitud, cortando yugulares de desempleos resilientes a todo trabajo que la ciudad
ordena. He de deshacerme de toda mi riqueza si en el afán avaro no quedare lugar para
sentarme a hablar con ella.

Ilustración Diana Nieto

Revisión ortotipográfica Laura Mena
Una maravilla de poemas 🩷