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Perfume de Mar

Actualizado: 21 ago

Taller de perfumería


De nota de salida 

siete gotas de flor de azahar,

como esas noches en Málaga

que dejaron un dulce amargo 

asegurado con dos gotas de Cassis.

Para darle cuerpo,

veinticinco gotas de aceite esencial de rosa,

tan parecido a la felicidad,

que, para destilar cinco mililitros de elixir,

se necesitan más de diez mil flores recién cortadas.

De nota de fondo,

dieciocho gotas de almizcle,

que distinguí como la esencia de tu piel.

¿Sabías que hace unos años,

casi extinguimos al ciervo almizclero,

para arrancarle un olor similar al tuyo?

Y yo que casi te extingo de mi vida,

                                                            por eso,

además, agregué ocho gotas de clavo: 

                                para anestesiarme el recuerdo,

y siete gotas de cedro


                                para desinflamarme la culpa.




Sobre mar


Esta lágrima indecisa entre traer alegría o dar tristeza está impaciente y no espera que

venga la noche a cosechar pasiones. Yo no revuelvo el azúcar en el café y camino sobre

un tiempo cuyo final siempre se aleja, para hablar con la noche de centellas que se

sienten meterse debajo de la piel. Mi traidor ensueño ataca a mi hastío mientras duerme

y vacaciona bajo un sol primaveral. Antes de que cantara la lechuza y saliera la luna

disparada, hice trampa y me adelanté para llegar primero al borde de una felicidad que

solo entre mar y yo entendemos. Antes que la noche llegara a tender sobre el cielo las

auroras, desesperado y afortunado, pude ver la tímida luz verde, aun cuando el día

hostigaba con sus llamas. Llevo la noche entre los labios como lleva el soldado su

cuchillo y así nado a escondidas, entre la luz chismosa en la que no pueden decirse los

secretos. No hace falta que la rosa roja toque mi pecho para sentirme dulce y

perfumado. Mientras me acosa el despertador y toca a mi boca mi trabajo, la noche se

abre paso como un dios que me acompaña ahora. Va quemando esta amistad, los troncos

huecos y ver que la ceniza de la soledad que callo para no hacerla real al pronunciarla,

me inspira igual que su nombre: el horizonte del mar que promete un paraíso. Mar es

gigante, su nombre describe precisamente cómo rebasan sus ganas de vivir, la frontera

que impone el ojo ajeno. Disciplinado, enfrento la peste; no acepto la decadente

putrefacción del noble rostro del perro al que quise y le di amor manifestando que no

bastan caricias que cualquiera da sobre su lomo, sino prestar la vida al peligro de

introducirse en la selva en busca del alimento que ha de darle credibilidad a mi cariño

para patentar mi aprecio. No ignoro el husmo ni los restos que deja del cachorro la

inmundicia hambrienta como el burgués obeso que despilfarra en canteras la única vida

que llevamos. Le doy mi mano a los cadáveres helados de quienes, en el pasado,

ardieron los anhelos. Mientras avanzo, alejo de mí a los caídos y es que, a su muerte, no

la puedo llevar sobre los hombros. Con la espalda abierta por los latigazos del recio

pensamiento, castigo la injusticia, aunque nadie recupere lo perdido. De todo este

banquete que disfruta la mosca y el gusano, me emancipa el modo en que mar ha

acomodado pensamientos y emociones, como si de un arte se tratara. Deslizo mi mano

sobre el mundo y no hallo más que palabras planas, vidas sacrificadas para pagar una

ambición que no vale nada, elogios al que ha dilapidado letras que no brillan, pero le

hablan a la soledad de ser pocos los que sentimos y estamos inmersos en un universo

indiferente, pero al pasar mis dedos sobre el instante que se le extravía en mis torpes

pasos por aspiraciones frustradas, siento nervios en mis lágrimas, y en ellos, siento más

que la inmensidad infiltrándose en el océano. He navegado cielos sin fin, de azules

perfectos, palomas blancas y nubes impecables. Aun habiendo rendido mi lengua sobre

océanos ideales y al primer escalón de la vida que ha edificado, entiendo que no he

navegado ninguna inmensidad. Ya no le extiendo la mano leprosa y seca a la fortuna.

No espero nada del mañana, opero sin toser ni asomar humo negro de la boca. No voy

tanteando en la carroña algún rastrojo de carne en buen estado, pues tengo hambre, pero

sé que nada ha de saciarme. Así pues, mi estómago colapsa en un vacío; sin agua,

recorro las dunas de mi inhóspita existencia. Y entonces, ella sació el hambre que

ignoraba, aunque se asomaba entre mis huesos. Cínico y despiadado, descubro la

plenitud, cortando yugulares de desempleos resilientes a todo trabajo que la ciudad

ordena. He de deshacerme de toda mi riqueza si en el afán avaro no quedare lugar para

sentarme a hablar con ella.




Sirena

Ilustración Diana Nieto





Revisión ortotipográfica Laura Mena

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1 Comment

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Guest
Aug 02
Rated 5 out of 5 stars.

Una maravilla de poemas 🩷

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